COLABORÓ: ADMINGATS
¿Eres una persona con problemas de autoestima? ¿Te consideras torpe, inútil, perezoso, vividor y no tienes talento? ¿Tus hijos adolescentes no saben para qué sirven? Pues bien, te convendría conocer la vida de este extraño personaje..
Nació en Gran Bretaña, era el quinto de seis hijos y no era el más listo desde luego. “Mis maestros y mi padre me consideraban un muchacho corriente, más bien por debajo del nivel común de inteligencia”, afirma el chico en una autobiografía.
A este joven le apasionaba la caza y salir al campo. Pero estudiar, lo que se dice estudiar, nada. Le aburría la escuela cuya enseñanza calificó de “sencillamente nula”. Fue incapaz de aprender otro idioma que el inglés. No sabía componer poesía, y cuando memorizaba versos “se me olvidaban todos en cuarenta y ocho horas”.
Preocupado por las aficiones salvajes del chico, el padre le llegó a decir: “No te gusta más que la caza, vas a ser una desgracia para ti y para toda tu familia”. Con estos estímulos morales que son tan positivos para edificar la autoestima y que todos hemos escuchado alguna vez en la vida, el chico creció acomplejado y sin carácter.
Y como el rebelde no daba signos de cambiar, el padre, un médico, lo envió a la Universidad de Edimburgo para estudiar medicina. Pero al chico las clases le resultaron “intolerablemente aburridas”. Las conferencias de anatomía, “insoportables”. Las de zoología, “increíblemente pesadas”. Cuando asistía a las sesiones clínicas en el hospital salía huyendo por “casos que me angustiaron enormemente y aún conservo vivas imágenes de algunos de ellos”. Y como aquello le resultó insufrible, se dijo con desfachatez: “Me convencí de que mi padre me dejaría herencia suficiente para subsistir con cierto confort”.
Abandonó cualquier esfuerzo para aprender medicina. Es decir, decidió convertirse en un hijo de papi, de esos que se quedan en casa chupando del bote familiar. “Entonces parecía mi destino más probable”, confesaba el inmaduro y egoísta personaje.
No le valió eso de nada al joven irresponsable porque ni siquiera iba a clase. “En general perdí el tiempo allí”, confesaría más tarde. ¿Y a qué se dedicaba? A la fiesta: “Fui a parar a una pandilla poco seria en la que se reunían algunos jóvenes inadaptados y mediocres… A veces bebíamos demasiado, cantábamos alegremente y después jugábamos cartas”. El colmo del descaro es que nunca se arrepintió de la juerga porque seguía recordando esos años “con gran placer”.
Aparte de ser un indomable perezoso, de vez en cuando salía a cazar y a coleccionar escarabajos. Pero nada más. Le encantaba leer novelas pero fue incapaz de escribir un solo cuento. Sus dotes de inventiva y su sentido común eran, como afirmaría después, “medianas”, lo cual significaba que no estaba destinado a ser abogado o médico.
Lo único que poseía este joven inadaptado era una paciencia infinita pero la empleaba observando estupideces naturales como líquenes, orquídeas o tortugas. Pero ¿sirve eso de algo en la vida?
El caso es que cuando tenía 22 años, un profesor suyo se enteró de que un capitán buscaba a un joven voluntario que quisiera dar la vuelta al mundo sin remuneración.
El chico lo consultó con su padre y éste contestó: “Si puedes encontrar una persona con sentido común que te aconseje ir, te daré mi consentimiento”. Como no encontró a nadie, el chico escribió al profesor rechazando la oferta. No tenía ambición ni curiosidad. Uno de sus tíos se enteró de la cuestión y convenció al padre de que dejara partir al chico.
Sin embargo, cuando el capitán vio el aspecto del joven pensó que era la clase de persona que no deseaba en su barco. Observó su nariz protuberante, y como había estudiado fisiognómica, el capitán dedujo que era propia de un pelele sin “la energía y decisión suficientes para hacer la travesía”.
A final, tras mucho insistir, el chico fue aceptado por el capitán. El viaje duró cinco años y, según reconoció el chico, fue “el acontecimiento más importante de mi vida”. Uno no se lo explica muy bien porque este ejemplar no hizo otra cosa que llegar a un país extraño, darse una vuelta por ahí, mirar bichos, recoger plantas, observar galápagos, diseccionar animalitos…
Bueno, él insiste en que descubrió algo importante: que las especies no son estables sino que evolucionan adaptándose al medio cambiante. Algo que se podía aplicar a las plantas, a los insectos, a los animales... y a los hombres. Al regresar del viaje, aquel inútil insinuó que el hombre descendía del mono. Vaya imaginación.
Eso si, el 12 de febrero de todos los años se celebra el nacimiento de este pequeño vago. Podría ser el Día de los Inútiles, pero en realidad se llama el Día de Charles Darwin. Seguramente el mayor científico de los últimos siglos.
Fuente.
3 comentarios :
Yo por eso me la paso aquí.
Esta te pasas aki y en donde sea
8:::::::D jotaso
Carlos Darwin y su teoria de la evolucion, interesante.
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